domingo, 3 de marzo de 2019

Transfiguración no Desfiguración


Hoy estamos celebrando lo que se conoce como Domingo de la Transfiguración, que es el último domingo antes de la temporada de pascua.
De acuerdo con el relato de Lucas 9:28-36 la transfiguración fue un evento cuya intención era que se grabara profundamente en los corazones de quienes presenciaron este evento y de alguna manera transfigurar sus corazones también.
Hay por lo menos cinco elementos relacionados a la Transfiguración de Jesucristo y mientras reflexionamos en estos cinco elementos pidámosle al Señor que transfigure también nuestros corazones.
Primeramente, la Transfiguración requirió de un ambiente propicio (Lucas 9:28). (Llamado)
28 “Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar.”
Los grandes cambios en la vida de las personas deben empezar a nivel espiritual. Según lo narrado en este versículo los discípulos que presenciaron este evento fueron escogidos por el Señor (Pedro, Jacobo y Juan). De doce discípulos solo tres son llevados con El.
Cuán ciertas resultan las palabras del Señor cuando afirma que “muchos son los llamados y poco los escogidos”. Pero es importante recordar que las personas que el Señor escoge no son siempre los más dignos.
El pasaje bíblico en Lucas nos presenta a unos discípulos temerosos, impulsivos, ignorantes y adormecidos. Pero aun con estas faltas son escogidos para ver la gloria de Jesucristo.
El otro elemento de este ambiente propicio fue la oración. Es esa oración humilde y sin pretensiones del creyente que reconoce sus limitaciones y se abre al poder ilimitado de Dios.
En segundo lugar, la Transfiguración reveló el verdadero carácter de Cristo, Lucas 9:29.  (Revelación)
29 Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente.”
Muchas veces Jesús les había preguntado a sus discípulos que concepto tenían ellos y el pueblo acerca de su persona. Pero esta vez, ya no les preguntó, sino que les dio una manifestación práctica de su esencia divina y su carácter mesiánico.
El relato bíblico presenta a un Jesús transfigurado, con rostro resplandeciente y vestiduras brillantes. Esa blancura y brillo son propios de seres del cielo y esto se evidencia en Jesucristo plenamente. Juan, quien estaba presente en esta visión que le hablaba del Mesías sufriente sería testigo después de otra visión en la que Cristo, en una transfiguración eterna, se presentaría como el Mesías Victorioso.
En tercer lugar, la transfiguración requiere de testigos, Lucas 9:30-33. (Testimonio)
30 Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; 31 quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. 32 Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él. 33 Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía.”
El relato bíblico nos afirma que Moisés y Elías estuvieron presentes junto a Cristo en la transfiguración.
La presencia de estos dos personajes antiguos simboliza el respaldo de la Ley (Moisés) y los profetas (Elías) al carácter mesiánico de Jesús.
Pero un testigo debe ser fiel a la persona de quien testifica. Es por esto por lo que se afirma en Lucas 9:33 que Pedro no sabía lo que decía cuando sugirió hacer enramadas (cabañas o tiendas) para Moisés, Elías y Jesús.
Una enramada sugería la idea de una estancia, un resguardo, una continuidad, y al plantearlo, Pedro estaba sugiriendo la igualdad entre estos tres personajes. Estaba desfigurando la transfiguración, pues estos personajes no son iguales, como dice Hebreos 3:3-6, “mayor honra tiene el que hizo la casa (Jesús), que la casa misma (Moisés o Elías).
Más adelante, ahora sí sabiendo lo que decía, Pedro puede entender que la gloria del Señor debe perpetuarse, no en enramadas pasajeras, sino en la eternidad de un corazón rendido a Dios, 2 Pedro 1:16-18: “16 Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. 17 Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. 18 Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo.”
En cuarto lugar, la transfiguración conlleva un mandato, “A El oíd”, Lucas 9:34-35. (Mandato, Obediencia)
34 “Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube. 35 Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd.”
La voz de los cielos que los discípulos escuchan es la clave para entender este evento.
La voz presenta a Jesús como el Hijo amado de Dios, como el Mesías prometido y esperado.
La voz hace una aplicación práctica de este evento espiritual: es a Jesús a quien tenemos que escuchar en medio de toda manifestación que Dios quiera hacer de sí mismo.
Por último, la transfiguración demanda un cambio en las personas que la presencian, Lucas 9:36. (Cambio)
36 “Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.”
Por definición, transfigurar significa “hacer cambiar de forma a una persona”.
La transfiguración nos permite comprender el alcance de la obra de Dios en nosotros.
A igual que a estos discípulos escogidos para ver su gloria, la presencia iluminadora de Cristo nos transfigura a nosotros constantemente, esta vez envueltos nosotros en medio de la luz de gloria de Dios.
El pecado nos impide disfrutar de la gloria transformadora de Dios (nos desfigura, nos hace perder la forma), pero Jesús nos restaura para poder disfrutar de esa gloria (nos transfigura, nos cambia de forma).
Hoy es el día de decisión. Tú escoges si quieres vivir desfigurado por el pecado o transfigurado por la gloria de Dios en tu corazón.

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