¿Si Dios existe por qué le ocurren tragedias a
la gente buena? ¿Si es verdad que Dios existe por qué hay tanta maldad en el
mundo? A muchos creyentes les gusta contraatacar estas preguntas y responden
con estas otras preguntas: ¿Qué mal habrá hecho para que le sucediera esa
desgracia? ¿No es acaso por la maldad de la gente que les sucede lo malo?
Nos dice la Biblia que en una ocasión llegaron
unas personas a Jesús con estas mismas inquietudes esperando escuchar la
opinión que Jesús tenía sobre esto.
El relato lo encontramos en Lucas 13:1-9.
Aunque la Biblia no nos dice la intención con
la que estas personas compartieron esta noticia con Jesús, en la respuesta que
él les da podemos conocer algo que nosotros no vemos pero que Jesús entendió.
“¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron
tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?”, Lucas 13:2
La pregunta era más bien una declaración de la
actitud con la que estas personas venían a él. De hecho, era una creencia popular, que aún
todavía la escuchamos en labios de muchos: “La gente mala padece sufrimiento
por su maldad, la gente mala paga las consecuencias de su pecado.” Y lo que
viene después: “Qué bueno que yo no soy como esas personas; a mí Dios me
bendice porque yo soy una buena persona.”
A esta actitud el Señor responde: “Os digo: No
(no están viendo lo que es realmente importante, no juzguen el corazón de las
personas sin conocerlas); antes si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente.”, Lucas 13:3
No juzguemos a las personas por lo externo que
vemos. Nunca podremos conocer el corazón de las personas, ni podemos ver lo que
habita en lo más profundo del ser humano. Solo Dios tiene esta facultad.
Las personas buenas también sufren tanto como
las personas malas pues El sufrimiento de las personas no tiene que ver nada
con su condición espiritual.
Lo que sí es cierto es que muchas personas son
víctimas de la maldad de otros, como la masacre reciente en ChristianChurch
Nueva Zelanda, y como no sabemos que un día podemos ser víctimas de quienes
hacen maldad, el Señor nos llama a arrepentirnos, a arreglar nuestra propia
vida, a estar bien en nuestra relación con él.
Pero no nos gusta mucho esta relación entre el
sufrimiento de otros y el arrepentimiento nuestro. Hasta solemos decir: “Dios quiera que esa persona
que haya tenido oportunidad de arrepentirse antes de la maldad que le
hicieron”.
¡Como si fuera un asunto solo de ellas!, ¡como si solo ellos
tuvieran que arrepentirse! Cuando las personas sufren por la maldad de otros,
debemos examinar nuestro corazón para ver si no estamos haciendo nosotros lo
mismo, para ver si no estamos haciendo maldad en la vida de otros que también
están sufriendo, a veces por nuestra indiferencia, por nuestra frialdad, por
nuestro acoso, o mal trato.
En el versículo 4, Jesús añade al tema y
presenta ahora el caso de las personas que sufren por las desgracias naturales: “O
aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató,
¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?”,
Lucas 13:4
Jesús menciona esto porque probablemente habría
escuchado los comentarios de las personas cuando sucedió esta tragedia natural.
Aún en nuestros días podemos escuchar este razonamiento en labios de muchos
“Dios protegió a sus hijos, la iglesia tal quedó en pie porque Dios la cuidó, la
desgracia vino porque en esta ciudad hay mucha maldad”
Pero otra vez, la respuesta de Jesús es la
misma: “Os digo: No (no es así, no tiene que ver una
cosa con la otra); antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.”,
Lucas 13:5
La muerte, ya sea por la maldad de otros, o por
desastres naturales, no premeditados, llegará por igual a todas las personas
que las sufren, independientemente de su condición espiritual. Ante esta
realidad, Jesús nos llama a arrepentirnos.
El arrepentimiento al que Jesús nos llama consiste en
transformar la mentalidad, la actitud. El arrepentimiento que nos pide es un
cambio de opinión, de sentimientos o de propósito. Arrepentirse en mirar la
vida de una nueva manera, con misericordia y con paciencia, como Dios lo hace.
En este punto se hace necesaria una pausa para
preguntarnos: ¿Debemos explicar el sufrimiento o debemos
hacer un llamado al arrepentimiento? ¿Cuál es la verdadera tragedia? ¿Que unos
creyentes mueran mientras adoran? ¿Que una torre caiga sobre 18 obreros
mientras trabajan? ¿O que la vida del ser humano transcurra sin dar fruto?
En la última parte de este pasaje el Señor nos
lleva a reflexionar sobre estas preguntas a través de una ilustración, una
comparación que se encuentra en Lucas 13:6-9.
En lugar de tratar de explicar las tragedias
que ocurren en la vida de otras personas, o tratar de encontrar culpables, debemos
preocuparnos de la esterilidad, la sequedad de nuestra propia higuera, de
nuestra propia vida.
En esta parábola encontramos las dos actitudes
que podemos asumir.
La una es la actitud del dueño de la finca:
cortar lo que no da fruto. Esta acción representa la actitud inflexible e
inmisericorde con la que podemos tratar a aquellas personas que a nuestro
juicio no están dando frutos de arrepentimiento, personas en las que no podemos
encontrar lo que estamos esperando encontrar: tal vez en la pareja que no es
como nosotros quisiéramos, o un hijo o hija que no se porta de la manera que
nosotros creemos que debe comportarse, o el compañero o compañera de trabajo
que no nos trata como creemos que merecemos ser tratados, o el hermano o la
hermana en la iglesia que no hace esto o aquello, etc, etc.
El “cortar” del versículo 7 implica el separar
a esa persona, apartarla de nuestro lado, excluirla, darle la ley del hielo, o
cualquier otra estrategia que usemos para demostrar que esa persona, por su
“maldad”, debe ser reprendida.
La pregunta que hace el dueño de la finca en el
versículo 7, ¿para qué inutiliza también la tierra?, la hacemos nosotros
también cuando decimos: “¿Por qué me va a arruinar más la vida?, ¿Por qué tengo
que aguantarle esto? ¿Cómo le puede ir bien, o como le puedo hacer el bien a
una persona que hace el mal?; a la gente mala tienen que ocurrirle cosas malas.
Pero entonces, se contrasta esta actitud con la
actitud del viñador, del jardinero que cuida la finca: cavar y abonar para que
la planta estéril de fruto. Esta acción representa la actitud esperanzada, la de
las segundas oportunidades, la que busca la reconciliación y el perdón.
Durante tres años, el viñador había cuidado
esta planta, así como Jesús durante tres años estuvo cuidando a su pueblo, para
que diera fruto. Y el fruto no llegó.
Los que saben de plantas nos dicen que la
higuera madura en tres años. Pero el jardinero pide un año más de gracia y
ofrece cavar alrededor de ella, para que el agua llegue bien a las raíces de la
planta, y abonarla, para que los nutrientes alimenten el tallo y las hojas, y que
así, el tan esperado fruto se produzca.
Con esta imagen Jesús responde a aquellas
personas que cuestionan el sufrimiento humano, y juzgan a Dios o juzgan el
corazón de quienes sufren.
Cuando veas el dolor en otra persona,
arrepiéntete, cambia tu manera de ver esto, no cortes, no separes a esa persona
ni de ti ni de Dios, ni te separes tú, de esa persona o de Dios, juzgando,
acusando, explicando o razonando.
Simplemente conéctate nuevamente a esa persona,
dale una nueva oportunidad, crea surcos alrededor de esa persona, cava hondo,
para que tus palabras de aliento lleguen a sus raíces. Abónale el corazón, con
los nutrientes del amor, la esperanza, la misericordia, el buen trato, la
palabra sincera, el consejo oportuno, la ayuda adecuada.
Pero no le des la espalda, no la acuses, no la
juzgues; Dios nunca hará esto con nosotros no importa cuantas veces le
fallemos. El siempre estará dispuesto a recibirnos si venimos a él
arrepentidos.
Hagamos nosotros lo mismo, y si esto sirve para
que la persona de fruto, como dice el Señor al final de este pasaje, “bien”.
Esto es todo lo que importa. Dejemos que Dios se encargue de cortar lo que debe
ser cortado. Solo el sabe cuando sus higueras, sus hijos e hijas, habrán
llegado a la madurez.
Google translation
Google translation
No hay comentarios.:
Publicar un comentario