Cuentan por ahí que una vez un miembro de la tribu Piaroa, que es una tribu indígena de Venezuela cuyos miembros tienen fama de vivir en completa igualdad y de forma pacífica, excepto el de esta historia, se presentó furioso ante un anciano de la tribu para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad!
El anciano lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.
El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el anciano para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que sí le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.
Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que, ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.
Después regresó a donde estaba el anciano y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos. Como siempre, fue escuchado con bondad, pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores.
El hombre medio molesto, pero ya mucho más sereno se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su enojo. Cuando terminó, volvió al anciano y le dijo: "Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho". El anciano le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo".
Como el anciano de esta historia muchas personas creen en el poder de la reconciliación.
Todos anhelamos que algún día despertemos y las noticias que escuchemos ya no sean las de pobreza, enfermedad, opresión o guerras.
Este es el sueño de muchas personas en diferentes generaciones, pero hoy más que nunca muchos esperamos que llegue un nuevo mundo, en el cual lo bueno no sea solamente un sueño.
El Apóstol Pablo estuvo animado por esta misma visión. Pero la gran diferencia es que Pablo la visualizó a nivel espiritual y la presenta como una realidad que se está llevando a cabo.
El proceso de convertir la visión de la reconciliación en una realidad es, como veremos, mucho más sencillo y más saludable que fumarse tres pipas de tabaco bajo un árbol sagrado.
Pablo escribe en 2 Corintios 5:17-21: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos encargó el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
A través de estos versículos Pablo no solamente nos dice acerca de la posibilidad de un mundo nuevo que empieza en nuestra propia vida, pero nos explica también cómo es que eso puede ocurrir.
El Apóstol nos dice que la reconciliación con Dios a través de Jesucristo abre la posibilidad, para que el mundo, nuestro propio mundo para empezar, sea distinto.
La primera lección que se desprende de este pasaje bíblico es que la reconciliación es necesaria si queremos que “las cosas viejas pasen”. El mundo está lleno de “cosas viejas” que hacen que esta declaración sea obvia: conflictos étnicos y terrorismo, guerras, crisis políticas y económicas. En situaciones como estas, la reconciliación es una urgencia.
Pero hay otras formas de hostilidad que ameritan la reconciliación: pleitos entre compañeros de trabajo o conflictos sin resolver dentro de las familias que han producido el distanciamiento entre sus miembros.
El interés de Pablo está en la reconciliación entre el pecador y Dios. Logrando reconciliar esta relación, el cambio puede llegar a todas las otras áreas de nuestra vida.
Aunque no se quiera reconocer, en algún momento cada ser humano lucha contra su propio pecado. Hay conciencia de los errores del pasado y del presente, la esclavitud del pecado hace que la persona tenga miedo y desesperación. En momentos como estos es cuando la reconciliación se hace necesaria.
Por otro lado, la reconciliación es algo que solo Dios puede hacer a favor nuestro. Sin embargo, Dios quiere que nos convirtamos en embajadores y embajadoras suyas, en representantes por medio de los cuales Dios ruega al mundo que se reconcilien con El.
El mensaje del Evangelio, la Buenas Nuevas que compartimos como los embajadores y embajadoras del Reino, es anunciar que Dios ha hecho la paz con el mundo. Sin este mensaje de paz no hay evangelio. El pecador está separado de Dios y bajo condenación por causa del pecado y no hay nada que el ser humano pueda hacer por sus propios medios para cambiar esto. Solo cuando estamos bajo la sombra de la Cruz de Cristo, y aceptamos su sacrificio de amor, es que la reconciliación es posible.
Pablo nos enseña también que la reconciliación es costosa. A nivel de relaciones, toda reconciliación es costosa. Si es un pleito entre amigos o de pareja solo habrá reconciliación cuando la persona que ha ofendido esté dispuesta a decir: “lo siento, estaba equivocado(a)”; el costo está en tener humildad para hacerlo.
El costo de la reconciliación de los pecadores con Dios escapa todo cómputo: implicó la muerte de uno que no tenía pecado, como ofrenda por el pecado.
Por último, esta reconciliación debe ser aceptada. Si la reconciliación no se acepta, no puede tener ningún efecto en nosotros.
Dios actuó en la muerte de Cristo para remover todas las barreras para nuestra reconciliación con él. De parte de Dios ya no hay estorbos, no pongamos nosotros estorbos para esta reconciliación.
Como el anciano de la tribu Piaroa, Dios nos está dando tiempo para que “descubramos por nuestra propia cuenta” que hoy es el tiempo de reconciliarnos con Dios, que hoy es el día de aceptar el ministerio de la reconciliación, y que este es el momento de proclamar la palabra de reconciliación.
Cuaresma es un tiempo de Reconciliación. Reconciliación contigo mismo y contigo misma, con las personas que te rodean y con Dios. Tú sabes mejor que nadie con quien necesitas reconciliarte. ¡Anímate y hazlo! No dejes pasar esta oportunidad.
Traducción automática de Google
Colección de recursos que exploran asuntos relacionados con la fe, el crecimiento espiritual y la aplicación práctica de los principios bíblicos a la vida cotidiana.
domingo, 31 de marzo de 2019
domingo, 24 de marzo de 2019
¿Cuál es la verdadera tragedia?
¿Si Dios existe por qué le ocurren tragedias a
la gente buena? ¿Si es verdad que Dios existe por qué hay tanta maldad en el
mundo? A muchos creyentes les gusta contraatacar estas preguntas y responden
con estas otras preguntas: ¿Qué mal habrá hecho para que le sucediera esa
desgracia? ¿No es acaso por la maldad de la gente que les sucede lo malo?
Nos dice la Biblia que en una ocasión llegaron
unas personas a Jesús con estas mismas inquietudes esperando escuchar la
opinión que Jesús tenía sobre esto.
El relato lo encontramos en Lucas 13:1-9.
Aunque la Biblia no nos dice la intención con
la que estas personas compartieron esta noticia con Jesús, en la respuesta que
él les da podemos conocer algo que nosotros no vemos pero que Jesús entendió.
“¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron
tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?”, Lucas 13:2
La pregunta era más bien una declaración de la
actitud con la que estas personas venían a él. De hecho, era una creencia popular, que aún
todavía la escuchamos en labios de muchos: “La gente mala padece sufrimiento
por su maldad, la gente mala paga las consecuencias de su pecado.” Y lo que
viene después: “Qué bueno que yo no soy como esas personas; a mí Dios me
bendice porque yo soy una buena persona.”
A esta actitud el Señor responde: “Os digo: No
(no están viendo lo que es realmente importante, no juzguen el corazón de las
personas sin conocerlas); antes si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente.”, Lucas 13:3
No juzguemos a las personas por lo externo que
vemos. Nunca podremos conocer el corazón de las personas, ni podemos ver lo que
habita en lo más profundo del ser humano. Solo Dios tiene esta facultad.
Las personas buenas también sufren tanto como
las personas malas pues El sufrimiento de las personas no tiene que ver nada
con su condición espiritual.
Lo que sí es cierto es que muchas personas son
víctimas de la maldad de otros, como la masacre reciente en ChristianChurch
Nueva Zelanda, y como no sabemos que un día podemos ser víctimas de quienes
hacen maldad, el Señor nos llama a arrepentirnos, a arreglar nuestra propia
vida, a estar bien en nuestra relación con él.
Pero no nos gusta mucho esta relación entre el
sufrimiento de otros y el arrepentimiento nuestro. Hasta solemos decir: “Dios quiera que esa persona
que haya tenido oportunidad de arrepentirse antes de la maldad que le
hicieron”.
¡Como si fuera un asunto solo de ellas!, ¡como si solo ellos
tuvieran que arrepentirse! Cuando las personas sufren por la maldad de otros,
debemos examinar nuestro corazón para ver si no estamos haciendo nosotros lo
mismo, para ver si no estamos haciendo maldad en la vida de otros que también
están sufriendo, a veces por nuestra indiferencia, por nuestra frialdad, por
nuestro acoso, o mal trato.
En el versículo 4, Jesús añade al tema y
presenta ahora el caso de las personas que sufren por las desgracias naturales: “O
aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató,
¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?”,
Lucas 13:4
Jesús menciona esto porque probablemente habría
escuchado los comentarios de las personas cuando sucedió esta tragedia natural.
Aún en nuestros días podemos escuchar este razonamiento en labios de muchos
“Dios protegió a sus hijos, la iglesia tal quedó en pie porque Dios la cuidó, la
desgracia vino porque en esta ciudad hay mucha maldad”
Pero otra vez, la respuesta de Jesús es la
misma: “Os digo: No (no es así, no tiene que ver una
cosa con la otra); antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.”,
Lucas 13:5
La muerte, ya sea por la maldad de otros, o por
desastres naturales, no premeditados, llegará por igual a todas las personas
que las sufren, independientemente de su condición espiritual. Ante esta
realidad, Jesús nos llama a arrepentirnos.
El arrepentimiento al que Jesús nos llama consiste en
transformar la mentalidad, la actitud. El arrepentimiento que nos pide es un
cambio de opinión, de sentimientos o de propósito. Arrepentirse en mirar la
vida de una nueva manera, con misericordia y con paciencia, como Dios lo hace.
En este punto se hace necesaria una pausa para
preguntarnos: ¿Debemos explicar el sufrimiento o debemos
hacer un llamado al arrepentimiento? ¿Cuál es la verdadera tragedia? ¿Que unos
creyentes mueran mientras adoran? ¿Que una torre caiga sobre 18 obreros
mientras trabajan? ¿O que la vida del ser humano transcurra sin dar fruto?
En la última parte de este pasaje el Señor nos
lleva a reflexionar sobre estas preguntas a través de una ilustración, una
comparación que se encuentra en Lucas 13:6-9.
En lugar de tratar de explicar las tragedias
que ocurren en la vida de otras personas, o tratar de encontrar culpables, debemos
preocuparnos de la esterilidad, la sequedad de nuestra propia higuera, de
nuestra propia vida.
En esta parábola encontramos las dos actitudes
que podemos asumir.
La una es la actitud del dueño de la finca:
cortar lo que no da fruto. Esta acción representa la actitud inflexible e
inmisericorde con la que podemos tratar a aquellas personas que a nuestro
juicio no están dando frutos de arrepentimiento, personas en las que no podemos
encontrar lo que estamos esperando encontrar: tal vez en la pareja que no es
como nosotros quisiéramos, o un hijo o hija que no se porta de la manera que
nosotros creemos que debe comportarse, o el compañero o compañera de trabajo
que no nos trata como creemos que merecemos ser tratados, o el hermano o la
hermana en la iglesia que no hace esto o aquello, etc, etc.
El “cortar” del versículo 7 implica el separar
a esa persona, apartarla de nuestro lado, excluirla, darle la ley del hielo, o
cualquier otra estrategia que usemos para demostrar que esa persona, por su
“maldad”, debe ser reprendida.
La pregunta que hace el dueño de la finca en el
versículo 7, ¿para qué inutiliza también la tierra?, la hacemos nosotros
también cuando decimos: “¿Por qué me va a arruinar más la vida?, ¿Por qué tengo
que aguantarle esto? ¿Cómo le puede ir bien, o como le puedo hacer el bien a
una persona que hace el mal?; a la gente mala tienen que ocurrirle cosas malas.
Pero entonces, se contrasta esta actitud con la
actitud del viñador, del jardinero que cuida la finca: cavar y abonar para que
la planta estéril de fruto. Esta acción representa la actitud esperanzada, la de
las segundas oportunidades, la que busca la reconciliación y el perdón.
Durante tres años, el viñador había cuidado
esta planta, así como Jesús durante tres años estuvo cuidando a su pueblo, para
que diera fruto. Y el fruto no llegó.
Los que saben de plantas nos dicen que la
higuera madura en tres años. Pero el jardinero pide un año más de gracia y
ofrece cavar alrededor de ella, para que el agua llegue bien a las raíces de la
planta, y abonarla, para que los nutrientes alimenten el tallo y las hojas, y que
así, el tan esperado fruto se produzca.
Con esta imagen Jesús responde a aquellas
personas que cuestionan el sufrimiento humano, y juzgan a Dios o juzgan el
corazón de quienes sufren.
Cuando veas el dolor en otra persona,
arrepiéntete, cambia tu manera de ver esto, no cortes, no separes a esa persona
ni de ti ni de Dios, ni te separes tú, de esa persona o de Dios, juzgando,
acusando, explicando o razonando.
Simplemente conéctate nuevamente a esa persona,
dale una nueva oportunidad, crea surcos alrededor de esa persona, cava hondo,
para que tus palabras de aliento lleguen a sus raíces. Abónale el corazón, con
los nutrientes del amor, la esperanza, la misericordia, el buen trato, la
palabra sincera, el consejo oportuno, la ayuda adecuada.
Pero no le des la espalda, no la acuses, no la
juzgues; Dios nunca hará esto con nosotros no importa cuantas veces le
fallemos. El siempre estará dispuesto a recibirnos si venimos a él
arrepentidos.
Hagamos nosotros lo mismo, y si esto sirve para
que la persona de fruto, como dice el Señor al final de este pasaje, “bien”.
Esto es todo lo que importa. Dejemos que Dios se encargue de cortar lo que debe
ser cortado. Solo el sabe cuando sus higueras, sus hijos e hijas, habrán
llegado a la madurez.
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domingo, 17 de marzo de 2019
La Recompensa no es la Promesa
Nos gustan las promesas de Dios. Algunas personas se han dado a la tarea de contarlas y nos dicen que hay más de tres mil promesas en la Biblia.
Y no importa cuánto tiempo transcurra, siempre estaremos buscando el cumplimiento de cada una de esas promesas de Dios en nuestras vidas.
El problema con esto es que solemos prestar más atención a la recompensa que la promesa encierra que a la fuente de donde proviene esa promesa, mayormente cuando no vemos que la recompensa viene en el tiempo y la forma en que esperamos que venga.
La Biblia nos presenta la historia de un hombre que a los 75 años recibió una promesa de parte de Dios y tuvo que esperar 25 años por el cumplimiento, por la recompensa, de la promesa.
Durante ese tiempo de espera resultaría muy fácil perder de vista al dador de la promesa por la demora de la recompensa a menos que aceptemos la intervención de Dios que nos prepara para evitar que esto ocurra.
Esto fue precisamente lo que Dios hizo en la vida de este hombre cuyo nombre era Abram.
Este evento en la historia de Abram se encuentra en Génesis 15:1-12, 17:18
Esta historia nos enseña primeramente las condiciones que tienen que ser removidas de nuestro corazón para que aprendamos a esperar en la promesa de Dios.
La primera condición que debe ser removida del corazón es el temor.
La promesa a Abraham la encontramos en Génesis 13:14-17
No parece haber mucho problema en esta promesa. De hecho, eran dos promesas en una: una nueva tierra para la descendencia de este hombre. Lo de la nueva tierra era fácil, ya Abram había empezado a caminar y a asentarse en esta nueva tierra que Dios le había prometido.
El cumplimiento de esta promesa fue casi inmediato, desde el primer paso que dio. Pero es en la palabra descendencia donde está el problema.
La promesa le vino a un hombre de 75 años casado que una mujer de 65 años y que además era estéril. ¿Qué descendencia puede haber aquí? Por eso, cuando Dios visita a Abram lo encuentra lleno de temor, temor al futuro, temor de que la promesa de Dios no se cumpliera.
Esto nos lleva a la segunda condición que debe ser removida del corazón: La incertidumbre, v.2-3
La incertidumbre de Abram se deja ver en las frases que utiliza cuando habla con Dios. ¿qué me darás siendo así que ando sin hijo….? Mira que no me has dado prole… Veo mi futuro incierto, no tengo prole, no veo los frutos.
Vemos a Abram concentrado en la recompensa, pero no en la promesa; en el resultado, pero no en el proceso que Dios usa para llevarnos a ese resultado.
¿Cuántas veces no es esta nuestra situación? No tengo prole, no tengo frutos, no veo resultados, no veo…no veo.. y nos quedamos sin ver.
La tercera condición que debe ser removida de nuestro corazón es la fe a medias, la fe con dudas, v.6,8,11,12
En los versículos 6, 8, 11 y 12 nos encontramos a un hombre que va de la fe a las dudas.
Nos dice el relato que creyó a Jehová y le fue contado por justicia, o sea, Dios lo consideró justo debido a la fe que tuvo, v.6. Pero terminado de decir esto la siguiente pregunta que le hace a Dios es una pregunta de duda: “¿en qué conoceré que la he de heredar? O sea, ¿cómo puedo estar seguro de esto?
La duda no es de lo que Dios promete, la duda quizá sea de no sentirse seguro, digno o merecedor de recibir la promesa, lo cual es igualmente dañino que la incredulidad.
La imagen del versículo 11, la de aves de rapiña sobre los cuerpos de los animales muertos y él ahuyentándolas, podría significar la lucha que Abram estaba teniendo con sus propios pensamientos, inseguridades, cuestionamientos o dudas.
Al final del día, cuando nos disponemos a dormir, el temor que producen esos pensamientos puede caer sobre nosotros como una grande oscuridad. Esto fue lo que le ocurrió a Abram: “El temor de una grande oscuridad cayó sobre él”, v.12
Pero entonces Dios aparece en escena para darle esperanza a nuestro futuro, para hacer realidad lo que nuestro corazón anhela.
La historia nos presenta las acciones de Dios para ayudarnos a que esto ocurra.
La primera acción es visitarnos en nuestras visiones
Vino la palabra de Jehová a Abram en visión, v.1: ese estado cuando imaginamos, cuando anhelamos, cuando soñamos. Como lo haría muchas veces Abram pensando en la promesa que Dios le hizo. Diría él: “una nueva tierra y mis descendientes habitándola. Que hermoso sería, que hermosa realidad”.
Y entonces Dios nos habla: "es mi promesa, no te olvides de esto; imagina pero recuerda que yo soy el que creo, el que fabrico la realidad; sueña pero recuerda que soy yo el que materializo los sueños".
La segunda acción es invitarnos a confiar.
No temas…v.1a, es una frase de consuelo, que va acompañada de un fuerte abrazo, una frase que nos envuelve en el amor de Dios y nos cautiva, nos sostiene, nos levanta, nos impulsa.
La tercera acción es ofrecernos su protección
Yo soy tu escudo v.1b, esta es una frase de protección, de defensa, de cuidado, porque en el temor nuestro corazón queda indefenso, las dudas nos exponen, nos dejan indefensos.
La cuarta acción es confirmar el don
Tú galardón será sobremanera grande v.1c, el galardón es la recompensa, el regalo, la ganancia, el don, y todo esto nos recuerda que no es algo logrado sino algo obsequiado, algo que nos es dado.
Por lo tanto, el énfasis no está en lo que recibimos sino en el de quien lo recibimos, en el dador, que es más grande que el galardón. Y esto tiene que ver también con nuestra salvación, el regalo inmerecido de Dios.
La quinta acción es reafirmar la promesa
No te heredará un esclavo sino un hijo tuyo será tu heredero v. 4, por poner su atención en el resultado y no en los medios, Abram solo podía entender los planes de Dios desde su propia realidad.
Pero Dios le confirma que nuestra realidad no es la suya, que él va más allá de nuestras limitaciones. No es el fruto de nuestro propio trabajo lo que cambia nuestra realidad sino el poder creador de Dios. Para Abram esto tomaría 25 años en cumplirse. Pero debía ser fiel a la promesa y esperar con paciencia.
La sexta acción es concretar la visión, cumplir el sueño
Y lo llevó fuera, v. 5, 7, 9, estar afuera es salir de las limitaciones de nuestro entendimiento, es mirar la realidad completa, el alcance del poder de Dios.
Aquí afuera Abram pudo comprobar que por la acción de Dios todo se vuelve fecundo. El se volvería fecundo como el universo es fecundo de estrellas, como la tierra es fecunda, como los animales son fecundos, y todo por el poder de Dios.
En el ritual de confirmación del pacto, Dios no le pidió a Abram que trajera algo que él hubiera fabricado con sus propias manos. Le pidió algo que ya estaba presente: una becerra, una cabra, un carnero, una tórtola y un palomino; todo es era algo que Dios mismo había creado.
No somos nosotros los que producimos, somos participantes activos y humildes del poder creador de Dios que está siempre presente.
La séptima acción es iluminar nuestra vida con su presencia.
Puesto el sol, v. 17, cuando el día llegó al final, la oscuridad que llenaba el corazón de Abram se disipó con la visión de un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos.
Esta no era una ofrenda, era una confirmación del pacto de Dios con Abram. La antorcha de fuego de la presencia de Dios disipará de nuestras mentes con su luz el temor, la incertidumbre, la fe a medias o la oscuridad que nos invada.
Sigamos esperando en las promesas de Dios sin desmayar. Pero no pongamos nuestra mirada en el cumplimiento, en el tiempo que tenga que pasar para que la promesa sea cumplida.
La recompensa no es la promesa. Lo realmente importante es que Dios es el que cumple, y El será fiel en completar la buena obra.
(Automatic Google translated page)
Y no importa cuánto tiempo transcurra, siempre estaremos buscando el cumplimiento de cada una de esas promesas de Dios en nuestras vidas.
El problema con esto es que solemos prestar más atención a la recompensa que la promesa encierra que a la fuente de donde proviene esa promesa, mayormente cuando no vemos que la recompensa viene en el tiempo y la forma en que esperamos que venga.
La Biblia nos presenta la historia de un hombre que a los 75 años recibió una promesa de parte de Dios y tuvo que esperar 25 años por el cumplimiento, por la recompensa, de la promesa.
Durante ese tiempo de espera resultaría muy fácil perder de vista al dador de la promesa por la demora de la recompensa a menos que aceptemos la intervención de Dios que nos prepara para evitar que esto ocurra.
Esto fue precisamente lo que Dios hizo en la vida de este hombre cuyo nombre era Abram.
Este evento en la historia de Abram se encuentra en Génesis 15:1-12, 17:18
Esta historia nos enseña primeramente las condiciones que tienen que ser removidas de nuestro corazón para que aprendamos a esperar en la promesa de Dios.
La primera condición que debe ser removida del corazón es el temor.
La promesa a Abraham la encontramos en Génesis 13:14-17
No parece haber mucho problema en esta promesa. De hecho, eran dos promesas en una: una nueva tierra para la descendencia de este hombre. Lo de la nueva tierra era fácil, ya Abram había empezado a caminar y a asentarse en esta nueva tierra que Dios le había prometido.
El cumplimiento de esta promesa fue casi inmediato, desde el primer paso que dio. Pero es en la palabra descendencia donde está el problema.
La promesa le vino a un hombre de 75 años casado que una mujer de 65 años y que además era estéril. ¿Qué descendencia puede haber aquí? Por eso, cuando Dios visita a Abram lo encuentra lleno de temor, temor al futuro, temor de que la promesa de Dios no se cumpliera.
Esto nos lleva a la segunda condición que debe ser removida del corazón: La incertidumbre, v.2-3
La incertidumbre de Abram se deja ver en las frases que utiliza cuando habla con Dios. ¿qué me darás siendo así que ando sin hijo….? Mira que no me has dado prole… Veo mi futuro incierto, no tengo prole, no veo los frutos.
Vemos a Abram concentrado en la recompensa, pero no en la promesa; en el resultado, pero no en el proceso que Dios usa para llevarnos a ese resultado.
¿Cuántas veces no es esta nuestra situación? No tengo prole, no tengo frutos, no veo resultados, no veo…no veo.. y nos quedamos sin ver.
La tercera condición que debe ser removida de nuestro corazón es la fe a medias, la fe con dudas, v.6,8,11,12
En los versículos 6, 8, 11 y 12 nos encontramos a un hombre que va de la fe a las dudas.
Nos dice el relato que creyó a Jehová y le fue contado por justicia, o sea, Dios lo consideró justo debido a la fe que tuvo, v.6. Pero terminado de decir esto la siguiente pregunta que le hace a Dios es una pregunta de duda: “¿en qué conoceré que la he de heredar? O sea, ¿cómo puedo estar seguro de esto?
La duda no es de lo que Dios promete, la duda quizá sea de no sentirse seguro, digno o merecedor de recibir la promesa, lo cual es igualmente dañino que la incredulidad.
La imagen del versículo 11, la de aves de rapiña sobre los cuerpos de los animales muertos y él ahuyentándolas, podría significar la lucha que Abram estaba teniendo con sus propios pensamientos, inseguridades, cuestionamientos o dudas.
Al final del día, cuando nos disponemos a dormir, el temor que producen esos pensamientos puede caer sobre nosotros como una grande oscuridad. Esto fue lo que le ocurrió a Abram: “El temor de una grande oscuridad cayó sobre él”, v.12
Pero entonces Dios aparece en escena para darle esperanza a nuestro futuro, para hacer realidad lo que nuestro corazón anhela.
La historia nos presenta las acciones de Dios para ayudarnos a que esto ocurra.
La primera acción es visitarnos en nuestras visiones
Vino la palabra de Jehová a Abram en visión, v.1: ese estado cuando imaginamos, cuando anhelamos, cuando soñamos. Como lo haría muchas veces Abram pensando en la promesa que Dios le hizo. Diría él: “una nueva tierra y mis descendientes habitándola. Que hermoso sería, que hermosa realidad”.
Y entonces Dios nos habla: "es mi promesa, no te olvides de esto; imagina pero recuerda que yo soy el que creo, el que fabrico la realidad; sueña pero recuerda que soy yo el que materializo los sueños".
La segunda acción es invitarnos a confiar.
No temas…v.1a, es una frase de consuelo, que va acompañada de un fuerte abrazo, una frase que nos envuelve en el amor de Dios y nos cautiva, nos sostiene, nos levanta, nos impulsa.
La tercera acción es ofrecernos su protección
Yo soy tu escudo v.1b, esta es una frase de protección, de defensa, de cuidado, porque en el temor nuestro corazón queda indefenso, las dudas nos exponen, nos dejan indefensos.
La cuarta acción es confirmar el don
Tú galardón será sobremanera grande v.1c, el galardón es la recompensa, el regalo, la ganancia, el don, y todo esto nos recuerda que no es algo logrado sino algo obsequiado, algo que nos es dado.
Por lo tanto, el énfasis no está en lo que recibimos sino en el de quien lo recibimos, en el dador, que es más grande que el galardón. Y esto tiene que ver también con nuestra salvación, el regalo inmerecido de Dios.
La quinta acción es reafirmar la promesa
No te heredará un esclavo sino un hijo tuyo será tu heredero v. 4, por poner su atención en el resultado y no en los medios, Abram solo podía entender los planes de Dios desde su propia realidad.
Pero Dios le confirma que nuestra realidad no es la suya, que él va más allá de nuestras limitaciones. No es el fruto de nuestro propio trabajo lo que cambia nuestra realidad sino el poder creador de Dios. Para Abram esto tomaría 25 años en cumplirse. Pero debía ser fiel a la promesa y esperar con paciencia.
La sexta acción es concretar la visión, cumplir el sueño
Y lo llevó fuera, v. 5, 7, 9, estar afuera es salir de las limitaciones de nuestro entendimiento, es mirar la realidad completa, el alcance del poder de Dios.
Aquí afuera Abram pudo comprobar que por la acción de Dios todo se vuelve fecundo. El se volvería fecundo como el universo es fecundo de estrellas, como la tierra es fecunda, como los animales son fecundos, y todo por el poder de Dios.
En el ritual de confirmación del pacto, Dios no le pidió a Abram que trajera algo que él hubiera fabricado con sus propias manos. Le pidió algo que ya estaba presente: una becerra, una cabra, un carnero, una tórtola y un palomino; todo es era algo que Dios mismo había creado.
No somos nosotros los que producimos, somos participantes activos y humildes del poder creador de Dios que está siempre presente.
La séptima acción es iluminar nuestra vida con su presencia.
Puesto el sol, v. 17, cuando el día llegó al final, la oscuridad que llenaba el corazón de Abram se disipó con la visión de un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos.
Esta no era una ofrenda, era una confirmación del pacto de Dios con Abram. La antorcha de fuego de la presencia de Dios disipará de nuestras mentes con su luz el temor, la incertidumbre, la fe a medias o la oscuridad que nos invada.
Sigamos esperando en las promesas de Dios sin desmayar. Pero no pongamos nuestra mirada en el cumplimiento, en el tiempo que tenga que pasar para que la promesa sea cumplida.
La recompensa no es la promesa. Lo realmente importante es que Dios es el que cumple, y El será fiel en completar la buena obra.
(Automatic Google translated page)
domingo, 10 de marzo de 2019
La Prueba del Desierto
En algún
momento en nuestro caminar de fe se nos puede presentar la tentación de darle la
espalda al camino de Dios y podemos ceder a esa tentación.
La Biblia nos enseña que Jesús estuvo también sometido a
estas mismas tentaciones y sin
embargo, hubo algo que marcó la diferencia entre El y nosotros.
En la carta
a los Hebreos, hablando acerca de Jesús como nuestro intermediario ante Dios, se
nos dice que “no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado”, Hebreos 4:15
Al igual
que nosotros, Jesús fue tentado en todo, pero él no cedió a la tentación, no
perdió su objetivo, no se salió del camino, no pecó; esa fue la diferencia.
En Mateo4:1-11 podemos ver un ejemplo del proceso de tentación de Jesús y la forma en
que él enfrentó esa tentación.
Haremos
bien en aprender de Jesús para que pueda decirse de nosotros lo que se afirma
en Santiago 1:12 “Qué dichosa la persona que soporta la tentación; porque
cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a quienes le aman”
Según el relato bíblico, la
tentación, la prueba a la que el diablo, el engañador, estaba sometiendo a
Jesús era una sola: estaba probando su identidad.
Noten la
forma en la que inicia cada uno de los ataques del diablo a la identidad de
Jesús: v.3, si eres Hijo de Dios, convierte las piedras en pan; v.6: si eres
Hijo de Dios, échate abajo desde el pináculo del templo.
En el
tercer ataque la táctica cambia, en lugar de confrontar a Jesús en su identidad
como Hijo de Dios, ahora lo tienta a que lo adore.
Ni el
diablo es tan descarado. Hubiera sido un absurdo que le dijera a Jesús: “si
eres Hijo de Dios, póstrate y adórame”. Un hijo de Dios jamás adoraría al
diablo, a menos que su identidad cambie de hijo de Dios a hijo del diablo.
En el
fondo, esta era la intención de la tentación, hacerle renunciar a su identidad
de Hijo de Dios y mostrarlo al mundo solo como un hombre que busca comida
(convirtiendo las piedras en pan para comer), como un hombre que busca la
aprobación (saltando de la punta más alta del templo para que todos pudieran
verlo), o como un hombre que busca poder (aceptando los reinos del mundo y la
gloria para dominarlos).
¿Qué
evangelio hubiera llegado a nosotros si Jesús hubiera fracasado en esta prueba
a la que fue sometido?
En lugar de
salvación, pan para comer; en lugar de resurrección, espectáculos, en lugar de
oportunidades de servicio, búsqueda de servidores para dominarles.
Qué fácil
nos resultaría a nosotros como humanos ceder a esta tentación y fallar la
prueba.
Si
renunciamos a nuestra identidad como hijos o hijas de Dios, ¿qué verá el mundo
en nosotros una vez que la prueba pase?:
¿Una
persona que solo busca el placer material y que va por la vida convirtiendo
piedras en pan?
¿Una
persona que busca la aprobación a tal nivel que hace todo lo posible por
desviar la atención de otras personas hacia sí misma y no hacia Dios?
¿Una
persona que busca el poder y que va por la vida conquistando reinos, buscando
posiciones, aplastando a otras personas para llegar más lejos?
Si esto es
todo lo que un hijo de Dios puede darle al mundo, ¿dónde quedan las buenas
nuevas de redención? ¿Qué esperanza le queda al mundo si lo único que podemos
darles es lo que este puede obtener humanamente?
Para poder
enfrentar la tentación de renunciar a nuestra identidad como hijos de Dios
necesitamos aplicar el Modelo de Resistencia que utilizó Jesús.
Según John
Maxwell las siguientes son las estrategias de este modelo basadas en los
versículos 4, 7 y 10
No sólo de
pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, Mateo 4:4.
Aquí hay 3 estrategias:
- Reconocer
que Dios nos guiará a etapas de crecimiento, no de gratificación: si pensamos
que lo único importante en la vida es convertir las piedras en pan, eliminar
todos los tropiezos o calmarle el hambre a los demás, perderemos de vista las
oportunidades para crecer que todas estas cosas nos presentan.
- Librar
batallas y vencer la tentación de tomar atajos: el camino fácil no siempre es
el mejor camino. El camino angosto conduce a la vida eterna, y esto es porque
al transitarlo aprendemos.
- Aprender
la disciplina y el arte de depender de Dios: la disciplina requiere dedicación,
constancia, perseverancia; el arte requiere motivación, entrega, creatividad, y
todo esto junto nos ayuda a depender de Dios, cuando las circunstancias parecen
decirnos todo lo contrario.
No tentarás
al Señor tu Dios, Mateo 4:7, aquí tenemos una estrategia.
- Eliminar
la autosuficiencia y la autopromoción. Lánzate, que otros te vean, Dios está
contigo, lúcete, demuéstrales la consagración que tienes, que gran creyente
eres. No necesitamos poner a prueba a Dios. Sus promesas son para que podamos
acercarnos a él, creer en él y esperar en sus cuidados. Si alejamos nuestra
atención o la atención de otras personas a algo que no sea esto estamos
cediendo a la tentación y alejándonos del camino.
Al Señor tu
Dios adorarás, y a él solo servirás, Mateo 4:10. Aquí vemos las últimas tres
estrategias del modelo de resistencia a la tentación.
-
Solidificar nuestro sentido de misión:
este es nuestro motivo principal, nuestro único propósito real de vida,
nuestra verdadera misión: adorar a Dios y servirle.
- Ganar
perspectiva: no la perspectiva de estar en un monte alto, y ver todos los
reinos del mundo y la gloria de ellos. La tentación nos hace creer que esto es
nuestro. La perspectiva correcta es entender que todo pertenece a Dios: no es
mi trabajo, no es mi familia, no son mis hijos, ni siquiera es mi iglesia.
Todos estos reinos son de Dios, el sustenta todo esto, él lo sostiene, él lo
da.
- Estar
preparados para entrar en nuestra vocación: todo lo que hacemos, por más
sencillo que parezca, es una oportunidad que Dios nos da para servirlo. Le
servimos cuando hacemos bien nuestro trabajo, como obreros que no tienen de que
avergonzarse.
En el
relato de Lucas de este evento, nos dice que “cuando el diablo hubo acabado
toda tentación, se aparto de él, de Jesús, por un tiempo”.
¿Cuánto
tiempo pasará antes de que estemos otra vez en el desierto de la prueba y nos
llegue nuevamente la tentación de olvidarnos de nuestra identidad como hijos e
hijas de Dios?
Tal vez no
mucho. Tal vez la tentación esté ahora en nuestras mentes, es ahí donde el
engaño llega primero. Pero recordemos que todo lo que necesitamos saber para
enfrentar esa tentación ya “está escrito”.
Tres veces
respondió Jesús con esas palabras y al hacerlo nos enseña que no es nuestra
lucha, que no tenemos que fracasar en la prueba, que no tenemos que ceder a la
tentación.
Como nos lo recuerda Pablo, “ustedes
no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable. Y pueden
ustedes confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que
pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará
también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla”. 1 Corintios
10:13
domingo, 3 de marzo de 2019
Transfiguración no Desfiguración
Hoy estamos celebrando lo que se conoce como Domingo de la Transfiguración,
que es el último domingo antes de la temporada de pascua.
De acuerdo con el relato de Lucas 9:28-36 la transfiguración fue un
evento cuya intención era que se grabara profundamente en los corazones de quienes
presenciaron este evento y de alguna manera transfigurar sus corazones también.
Hay por lo menos cinco elementos relacionados a la Transfiguración de
Jesucristo y mientras reflexionamos en estos cinco elementos pidámosle al Señor
que transfigure también nuestros corazones.
Primeramente, la Transfiguración
requirió de un ambiente propicio (Lucas 9:28). (Llamado)
28 “Aconteció como
ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y
subió al monte a orar.”
Los grandes cambios en la vida de las personas deben empezar a nivel
espiritual. Según lo narrado en este versículo los discípulos que presenciaron
este evento fueron escogidos por el Señor (Pedro, Jacobo y Juan). De doce discípulos
solo tres son llevados con El.
Cuán ciertas resultan las palabras del Señor cuando afirma que “muchos
son los llamados y poco los escogidos”. Pero es importante recordar que las
personas que el Señor escoge no son siempre los más dignos.
El pasaje bíblico en Lucas nos presenta a unos discípulos temerosos,
impulsivos, ignorantes y adormecidos. Pero aun con estas faltas son escogidos
para ver la gloria de Jesucristo.
El otro elemento de este ambiente propicio fue la oración. Es esa
oración humilde y sin pretensiones del creyente que reconoce sus limitaciones y
se abre al poder ilimitado de Dios.
En segundo lugar, la Transfiguración
reveló el verdadero carácter de Cristo, Lucas 9:29. (Revelación)
“29 Y entre tanto que oraba, la apariencia de su
rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente.”
Muchas veces Jesús les había preguntado a sus discípulos que concepto
tenían ellos y el pueblo acerca de su persona. Pero esta vez, ya no les preguntó,
sino que les dio una manifestación práctica de su esencia divina y su carácter
mesiánico.
El relato bíblico presenta a un Jesús transfigurado, con rostro
resplandeciente y vestiduras brillantes. Esa blancura y brillo son propios de
seres del cielo y esto se evidencia en Jesucristo plenamente. Juan, quien
estaba presente en esta visión que le hablaba del Mesías sufriente sería
testigo después de otra visión en la que Cristo, en una transfiguración eterna,
se presentaría como el Mesías Victorioso.
En tercer lugar, la transfiguración
requiere de testigos, Lucas 9:30-33. (Testimonio)
30 Y he aquí dos
varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; 31 quienes
aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a
cumplir en Jerusalén. 32 Y Pedro y los que estaban con
él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de
Jesús, y a los dos varones que estaban con él. 33 Y
sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para
nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para
Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía.”
El relato bíblico nos afirma que Moisés y Elías estuvieron presentes
junto a Cristo en la transfiguración.
La presencia de estos dos personajes antiguos simboliza el respaldo de
la Ley (Moisés) y los profetas (Elías) al carácter mesiánico de Jesús.
Pero un testigo debe ser fiel a la persona de quien testifica. Es por
esto por lo que se afirma en Lucas 9:33 que Pedro no sabía lo que decía cuando
sugirió hacer enramadas (cabañas o tiendas) para Moisés, Elías y Jesús.
Una enramada sugería la idea de una estancia, un resguardo, una
continuidad, y al plantearlo, Pedro estaba sugiriendo la igualdad entre estos
tres personajes. Estaba desfigurando la transfiguración, pues estos personajes no
son iguales, como dice Hebreos 3:3-6, “mayor honra tiene el que hizo la casa
(Jesús), que la casa misma (Moisés o Elías).
Más adelante, ahora sí sabiendo lo que decía, Pedro puede entender que
la gloria del Señor debe perpetuarse, no en enramadas pasajeras, sino en la
eternidad de un corazón rendido a Dios, 2 Pedro 1:16-18: “16 Porque
no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo
siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios
ojos su majestad. 17 Pues cuando él recibió de Dios
Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que
decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. 18 Y
nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte
santo.”
En cuarto lugar, la
transfiguración conlleva un mandato, “A El oíd”, Lucas 9:34-35. (Mandato,
Obediencia)
34 “Mientras él
decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la
nube. 35 Y vino una voz desde la nube, que decía: Este
es mi Hijo amado; a él oíd.”
La voz de los cielos que los discípulos escuchan es la clave para
entender este evento.
La voz presenta a Jesús como el Hijo amado de Dios, como el Mesías
prometido y esperado.
La voz hace una aplicación práctica de este evento espiritual: es a
Jesús a quien tenemos que escuchar en medio de toda manifestación que Dios
quiera hacer de sí mismo.
Por último, la transfiguración
demanda un cambio en las personas que la presencian, Lucas 9:36. (Cambio)
36 “Y cuando cesó
la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos callaron, y por aquellos días no
dijeron nada a nadie de lo que habían visto.”
Por definición, transfigurar significa “hacer cambiar de forma a una
persona”.
La transfiguración nos permite comprender el alcance de la obra de Dios
en nosotros.
A igual que a estos discípulos escogidos para ver su gloria, la
presencia iluminadora de Cristo nos transfigura a nosotros constantemente, esta
vez envueltos nosotros en medio de la luz de gloria de Dios.
El pecado nos impide disfrutar de la gloria transformadora de Dios (nos
desfigura, nos hace perder la forma), pero Jesús nos restaura para poder
disfrutar de esa gloria (nos transfigura, nos cambia de forma).
Hoy es el día de decisión. Tú escoges si quieres vivir desfigurado por el
pecado o transfigurado por la gloria de Dios en tu corazón.
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