El Apóstol Marcos nos presenta en su evangelio la
historia de un hombre sordo y tartamudo que recibió una oportunidad de
parte de Jesús para poder oír y hablar nuevamente.
Imaginemos que esa persona somos cada uno de nosotros
y mientras meditamos en las cinco características de este milagro, preguntémonos,
¿qué he dejado de oír y qué he dejado de hablar? ¿De qué manera puede Dios
abrir esto que he cerrado?
El milagro que abre
los oídos y suelta la lengua empieza en Decápolis.
Primeramente, el apóstol Marcos nos dice que en
su camino de regreso a Galilea después de estar en las tierras de Tiro y Sidón,
Jesús pasó por la región de Decápolis, la región de las diez ciudades, cuya
población era mayormente de origen griego.
La referencia a este dato geográfico es
importante porque nos indica primeramente el interés de Jesús por las ovejas
del otro redil que el dijo que tenía, refiriéndose a los no judíos.
Esto nos enseña también que Dios no hace
acepción de personas y que todo ser humano merece la oportunidad de la
salvación.
En alguna de estas 10 ciudades Jesús está por
realizar un milagro a favor de un no judío, un pagano, como le llamaban en
aquellos tiempos, un inconverso, un incrédulo, diríamos actualmente.
Decápolis representa la condición necesaria
para que el milagro de Dios ocurra: llegar a un punto donde los caminos se
cruzan, donde hay 1, 2 o 10 intersecciones y el rumbo se pierde, y no se sabe
adónde más ir.
Otra forma de entender a Decápolis es que
cuando Dios realiza un milagro el efecto de este alcanzará 1, 2 o 10
direcciones.
Recordemos que todo milagro tiene un
significado espiritual y cuando leamos acerca de un milagro realizado por Jesús
tengamos presente que hay otros milagros que están ocurriendo o que ocurrirán
al mismo tiempo, no solo a la persona que recibe el milagro, sino también a los
que presenciaron el milagro o a quienes leamos acerca de esos milagros.
La obra de Dios siempre es completa y cada vez que
El haga algo en favor de otros dejemos que la acción divina toque también
nuestro corazón.
Cuando Dios libre de la cárcel a un preso,
pensemos en nuestras propias cárceles y pidámosle a Dios que nos libre de
ellas.
Cuando Dios sane un cuerpo enfermo, pidamos
también por nuestras propias heridas, aún esas que no son externas.
Todo milagro es en cierta manera colectivo, y
tengamos esto siempre presente en nuestras peticiones a Dios. Lo que pidamos a
Dios siempre tendrá un efecto en otros, además de nosotros.
Tal vez por esta razón es que el hombre de la
historia no viene a Jesús por su cuenta, sino que es traído por otros.
El milagro que abre
los oídos y suelta la lengua se produce cuando aceptamos los métodos de Dios
para responder
Marcos describe la condición de la persona que
necesitaba la intervención de Dios diciendo que era sordo y tartamudo.
Espiritualmente representa a las personas que tienen dificultad para acercarse
a Dios. Si la Fe es por el oír de la Palabra, ¿cómo podremos desarrollar la fe
si no podemos oír? Y si con la boca se confiesa para salvación, ¿cómo podremos
confesar si no podemos hablar?
Dios siempre estará dispuesto a hacer un primer
milagro en la vida del incrédulo si es “sordo y tartamudo”, aunque oiga y hable
físicamente, para que pueda oírlo y pueda confesarlo.
Lo único de lo que debemos tener cuidado es de no
decirle a Dios la forma en la que tiene que hacerlo.
Las personas que trajeron al sordo tartamudo le
rogaron a Jesús que le pusiera la mano encima.
Esto era quizá lo que habían escuchado que Jesús
hacía cuando sanaba y pensaron que era la única forma en que Dios podía sanar.
No limitemos el poder de Dios pensando que El
tiene que actuar de la forma en que nosotros creemos que debo hacerlo.
Dios es infinitamente sabio y sus formas son siempre
únicas.
Por esto es que Jesús no sanó a esta persona poniendo
encima de él su mano.
El milagro que abre
los oídos y suelta la lengua es siempre personal y único
Dios siempre obra de una forma personal en
nuestro corazón tomando en cuenta todas nuestras experiencias de vida. El sana
el cuerpo y sana también el alma, el corazón, la mente.
Imaginemos a este hombre tratando de explicarle
con señas a Jesús lo que le estaba pasando. Se metía sus propios dedos en sus oídos
y se tocaba su lengua: “no puedo oír, no puedo hablar”.
Lo imaginamos avergonzado, preocupado de las
burlas y las críticas de los demás, evitando mirar alrededor para no darse cuenta
de las actitudes burlonas de otros por sus limitaciones.
En este punto de la historia la acción de Jesús
es sin palabras, completamente en silencio, que era el lenguaje del hombre que
estaba ante él.
Con un amor infinito Jesús lo lleva aparte,
fuera de las burlas, de las críticas y del desprecio de los demás, como
diciéndole: “mi amor por ti es total, yo no te desprecio, yo te acepto tal y
como eres”.
Cuando sentimos esto en nuestro corazón por una
persona que sufre, tampoco necesitaremos palabras para expresarlo y la otra persona
no necesitará oírlo para entenderlo. Aunque nunca la hayan amado sentirá el
amor.
Después de llevarlo aparte Jesús hace algo otra
vez único para esta persona: mete sus dedos en los oídos del hombre, escupe y
le toca la lengua.”
Sin el toque de Dios en nuestros oídos nunca
podremos oírle, sin el toque de Dios en nuestra lengua nunca podremos
confesarlo.
Con su gesto es como si Jesús le hubiera dicho:
“Hombre, te toco tus oídos y tu lengua, y al hacerlo te declaro mi poder.”
Aunque el hombre aun externamente no escuchaba
ni hablaba, podemos imaginar que internamente su corazón ya había experimentado
el milagro de los gestos y desde adentro surgía una oración: “Señor, abre mis oídos,
ayúdame a oírte aún cuando haya muchos que prefieran cerrar sus oídos a ti. Señor,
abre mi boca, ayúdame a confesarte aún cuando el silencio de otros acerca de
tus obras sea tan evidente.”
¿Sería el versículo
34 la respuesta de Jesús a esta oración?
El milagro que abre
los oídos y suelta la lengua es la respuesta de Dios
Jesús levanta sus ojos al cielo, para indicar
que de Dios es quien proviene toda respuesta; su gemido o suspiro es una forma
de identificarse con el dolor de los demás
y su palabra en arameo “efata” que significa “ábrete” era su mandato
directo a los oídos y a la lengua del hombre como un reflejo de su autoridad, pues
como dice el apóstol Juan “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada
de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Juan 1:3)
Esto incluye nuestros oídos y nuestra lengua, que
responden a su voz.
El milagro que abre
los oídos y suelta la lengua tiene un gran alcance
El relato de Marcos empieza con un hombre que
no podía oír ni hablar y termina con unas personas que no podían dejar de hablar
y no querían oír para no cumplir el mandato de callar.
Esto es lo que debe ocurrir después de la
acción de Dios en nuestras vidas: no podemos dejar de anunciar la acción de
Dios para que el milagro que abre los oídos y suelta la lengua tenga un gran alcance
y toque la vida de otras personas.
Cuando nuestros oídos son abiertos y se desata
la ligadura de la lengua podemos lograr “Que nuestras bocas declaren al mundo,
cantando y orando, que en Dios es en quien confiamos. ¡Aleluya! Dios permanece
para siempre.”