Nos gustan las promesas de Dios. Algunas personas se han dado a la tarea de contarlas y nos dicen que hay más de tres mil promesas en la Biblia.
Y no importa cuánto tiempo transcurra, siempre estaremos buscando el cumplimiento de cada una de esas promesas de Dios en nuestras vidas.
El problema con esto es que solemos prestar más atención a la recompensa que la promesa encierra que a la fuente de donde proviene esa promesa, mayormente cuando no vemos que la recompensa viene en el tiempo y la forma en que esperamos que venga.
La Biblia nos presenta la historia de un hombre que a los 75 años recibió una promesa de parte de Dios y tuvo que esperar 25 años por el cumplimiento, por la recompensa, de la promesa.
Durante ese tiempo de espera resultaría muy fácil perder de vista al dador de la promesa por la demora de la recompensa a menos que aceptemos la intervención de Dios que nos prepara para evitar que esto ocurra.
Esto fue precisamente lo que Dios hizo en la vida de este hombre cuyo nombre era Abram.
Este evento en la historia de Abram se encuentra en Génesis 15:1-12, 17:18
Esta historia nos enseña primeramente las condiciones que tienen que ser removidas de nuestro corazón para que aprendamos a esperar en la promesa de Dios.
La primera condición que debe ser removida del corazón es el temor.
La promesa a Abraham la encontramos en Génesis 13:14-17
No parece haber mucho problema en esta promesa. De hecho, eran dos promesas en una: una nueva tierra para la descendencia de este hombre. Lo de la nueva tierra era fácil, ya Abram había empezado a caminar y a asentarse en esta nueva tierra que Dios le había prometido.
El cumplimiento de esta promesa fue casi inmediato, desde el primer paso que dio. Pero es en la palabra descendencia donde está el problema.
La promesa le vino a un hombre de 75 años casado que una mujer de 65 años y que además era estéril. ¿Qué descendencia puede haber aquí? Por eso, cuando Dios visita a Abram lo encuentra lleno de temor, temor al futuro, temor de que la promesa de Dios no se cumpliera.
Esto nos lleva a la segunda condición que debe ser removida del corazón: La incertidumbre, v.2-3
La incertidumbre de Abram se deja ver en las frases que utiliza cuando habla con Dios. ¿qué me darás siendo así que ando sin hijo….? Mira que no me has dado prole… Veo mi futuro incierto, no tengo prole, no veo los frutos.
Vemos a Abram concentrado en la recompensa, pero no en la promesa; en el resultado, pero no en el proceso que Dios usa para llevarnos a ese resultado.
¿Cuántas veces no es esta nuestra situación? No tengo prole, no tengo frutos, no veo resultados, no veo…no veo.. y nos quedamos sin ver.
La tercera condición que debe ser removida de nuestro corazón es la fe a medias, la fe con dudas, v.6,8,11,12
En los versículos 6, 8, 11 y 12 nos encontramos a un hombre que va de la fe a las dudas.
Nos dice el relato que creyó a Jehová y le fue contado por justicia, o sea, Dios lo consideró justo debido a la fe que tuvo, v.6. Pero terminado de decir esto la siguiente pregunta que le hace a Dios es una pregunta de duda: “¿en qué conoceré que la he de heredar? O sea, ¿cómo puedo estar seguro de esto?
La duda no es de lo que Dios promete, la duda quizá sea de no sentirse seguro, digno o merecedor de recibir la promesa, lo cual es igualmente dañino que la incredulidad.
La imagen del versículo 11, la de aves de rapiña sobre los cuerpos de los animales muertos y él ahuyentándolas, podría significar la lucha que Abram estaba teniendo con sus propios pensamientos, inseguridades, cuestionamientos o dudas.
Al final del día, cuando nos disponemos a dormir, el temor que producen esos pensamientos puede caer sobre nosotros como una grande oscuridad. Esto fue lo que le ocurrió a Abram: “El temor de una grande oscuridad cayó sobre él”, v.12
Pero entonces Dios aparece en escena para darle esperanza a nuestro futuro, para hacer realidad lo que nuestro corazón anhela.
La historia nos presenta las acciones de Dios para ayudarnos a que esto ocurra.
La primera acción es visitarnos en nuestras visiones
Vino la palabra de Jehová a Abram en visión, v.1: ese estado cuando imaginamos, cuando anhelamos, cuando soñamos. Como lo haría muchas veces Abram pensando en la promesa que Dios le hizo. Diría él: “una nueva tierra y mis descendientes habitándola. Que hermoso sería, que hermosa realidad”.
Y entonces Dios nos habla: "es mi promesa, no te olvides de esto; imagina pero recuerda que yo soy el que creo, el que fabrico la realidad; sueña pero recuerda que soy yo el que materializo los sueños".
La segunda acción es invitarnos a confiar.
No temas…v.1a, es una frase de consuelo, que va acompañada de un fuerte abrazo, una frase que nos envuelve en el amor de Dios y nos cautiva, nos sostiene, nos levanta, nos impulsa.
La tercera acción es ofrecernos su protección
Yo soy tu escudo v.1b, esta es una frase de protección, de defensa, de cuidado, porque en el temor nuestro corazón queda indefenso, las dudas nos exponen, nos dejan indefensos.
La cuarta acción es confirmar el don
Tú galardón será sobremanera grande v.1c, el galardón es la recompensa, el regalo, la ganancia, el don, y todo esto nos recuerda que no es algo logrado sino algo obsequiado, algo que nos es dado.
Por lo tanto, el énfasis no está en lo que recibimos sino en el de quien lo recibimos, en el dador, que es más grande que el galardón. Y esto tiene que ver también con nuestra salvación, el regalo inmerecido de Dios.
La quinta acción es reafirmar la promesa
No te heredará un esclavo sino un hijo tuyo será tu heredero v. 4, por poner su atención en el resultado y no en los medios, Abram solo podía entender los planes de Dios desde su propia realidad.
Pero Dios le confirma que nuestra realidad no es la suya, que él va más allá de nuestras limitaciones. No es el fruto de nuestro propio trabajo lo que cambia nuestra realidad sino el poder creador de Dios. Para Abram esto tomaría 25 años en cumplirse. Pero debía ser fiel a la promesa y esperar con paciencia.
La sexta acción es concretar la visión, cumplir el sueño
Y lo llevó fuera, v. 5, 7, 9, estar afuera es salir de las limitaciones de nuestro entendimiento, es mirar la realidad completa, el alcance del poder de Dios.
Aquí afuera Abram pudo comprobar que por la acción de Dios todo se vuelve fecundo. El se volvería fecundo como el universo es fecundo de estrellas, como la tierra es fecunda, como los animales son fecundos, y todo por el poder de Dios.
En el ritual de confirmación del pacto, Dios no le pidió a Abram que trajera algo que él hubiera fabricado con sus propias manos. Le pidió algo que ya estaba presente: una becerra, una cabra, un carnero, una tórtola y un palomino; todo es era algo que Dios mismo había creado.
No somos nosotros los que producimos, somos participantes activos y humildes del poder creador de Dios que está siempre presente.
La séptima acción es iluminar nuestra vida con su presencia.
Puesto el sol, v. 17, cuando el día llegó al final, la oscuridad que llenaba el corazón de Abram se disipó con la visión de un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos.
Esta no era una ofrenda, era una confirmación del pacto de Dios con Abram. La antorcha de fuego de la presencia de Dios disipará de nuestras mentes con su luz el temor, la incertidumbre, la fe a medias o la oscuridad que nos invada.
Sigamos esperando en las promesas de Dios sin desmayar. Pero no pongamos nuestra mirada en el cumplimiento, en el tiempo que tenga que pasar para que la promesa sea cumplida.
La recompensa no es la promesa. Lo realmente importante es que Dios es el que cumple, y El será fiel en completar la buena obra.
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