Oración:
Hoy Señor, abrimos una nueva página de tu Libro, para
encontrarnos contigo y recibir el mensaje que quieres compartirnos. Ayúdanos a
prestar atención a tu mensaje y prepara nuestro corazón para recibirte. Amén.
Introducción
Hoy estamos celebrando el segundo domingo de Adviento.
La palabra Adviento significa advenimiento, venida y en la tradición de la
iglesia, este es un tiempo que tiene que ver con la preparación del camino para
la venida del Señor.
Adviento es entonces, una preparación espiritual para
la celebración del nacimiento de Cristo.
La preparación requerida en el Adviento es aquella que
nos hace disponernos de una forma vigilante para que todo nuestro “ser,
espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro
Señor Jesucristo”, 1 Tesalonicenses 5:23.
La actitud vigilante incluye el arrepentimiento, pero
también abarca la idea de orden, disciplina, cambio de hábitos, nuevas maneras
de hacer las cosas y esto incluye también nuestros pensamientos, emociones y acciones.
Un proverbio árabe resume esta idea con las siguientes
palabras:
"Vigila tus pensamientos; se convierten en palabras. Vigila tus palabras; se convierten en acciones. Vigila tus acciones; se convierten en hábitos. Vigila tus hábitos; se convierten en carácter. Vigila tu carácter; se convierte en tu destino."
En el sermón de hoy responderemos a las siguientes 3
preguntas:
¿En dónde empieza la preparación para el Adviento?
¿Hacia dónde conduce la preparación para el Adviento?
¿En qué consiste la preparación para el Adviento?
Buscaremos las respuestas a estas tres preguntas en el
Evangelio según Lucas, capítulo 3:1-18
I.- ¿En dónde empieza la preparación para el Adviento?,
Lucas 3:2b
La preparación para el Adviento empieza en el
desarrollo de un estado o condición que nos motive o nos mueva a la
preparación.
En el Evangelio de Lucas 3:1-2, el autor nos lleva de
una forma progresiva a encontrar ese estado o condición que da origen a la
disposición vigilante en nuestro corazón.
Primeramente, Lucas nos ubica en el tiempo y el
espacio. Lucas 3:1a
Los eventos que él empieza a describir en este pasaje
sucedieron en el año decimoquinto del Imperio de Tiberio César. Esto es
aproximadamente el año 27 d.C.
Las referencias históricas del pasaje son una ventana
en el tiempo y en el espacio para indicarnos que estamos ante un evento real,
no una fábula.
El pasaje es una ventana histórica, una página del
álbum de fotos de Dios que se abre en este tiempo y espacio particular para
demostrar la validez de estos hechos.
Por otro lado, la referencia a una fecha nos habla de
que toda preparación se inicia en un punto, el ayer fue el hoy de alguien en el
pasado, y el mañana será el hoy de alguien en el futuro.
Ese día, de tal mes, en el año 27 d.C., Juan dispuso
su corazón, fue vigilante, se preparó y el advenimiento llegó a su vida. Ese
fue su hoy, su ahora.
Por esto la Biblia enseña que “ahora es el tiempo
aceptable; ahora es el día de salvación”, 2 Corintios 6:2
Cuando alguien en el futuro abra esta página que
estamos escribiendo hoy ¿Podrá ver también nuestra disposición y nuestra
vigilancia para entender el mensaje que Dios quiere compartirle?
Posteriormente, Lucas nos muestra que la progresión hacia
ese estado o condición que da origen a la disposición vigilante en nuestro
corazón continúa o se detiene según el lugar donde escojamos estar o según lo
que decidamos hacer o ser. Lucas 3:1b-2
En cuanto al lugar, Lucas nos presenta la siguiente
progresión: Imperio, Provincias, Templo, Desierto.
En cuanto al hacer o ser, se da esta progresión:
Emperador, Gobernador, Tetrarca, Sumo Sacerdote, Profeta.
La Palabra no vino al Emperador en su Imperio, ni vino
a los gobernadores en sus provincias, ni al sumo Sacerdote en el Templo. La Palabra
vino al profeta en el desierto.
¿Cuál es nuestro Imperio, cuales nuestras provincias,
cuáles nuestros lugares sagrados, cuál es nuestro lugar de encuentro para el
cambio? ¿De qué somos emperadores, qué gobernamos, qué adoramos, que
proclamamos? ¿Desde qué abundancia en el corazón hablan nuestros labios?
Si no aprendemos a encontrar el desierto no podremos
escuchar cuando venga la palabra de Dios a nosotros y no podremos convertimos
en proclamadores, no estaremos preparados para cuando el Señor llegue, no habrá
Adviento para nosotros.
Del imperio al desierto, de emperador a profeta, ¿qué
escoges? Callemos delante de él para que nos sea fácil decidir.
La manifestación de Dios no ocurre en un vacío. Dios
no nos encierra en una burbuja para hablarnos allí. Dios se interesa por
nuestra historia cotidiana.
Pero tenemos que aprender a crear desiertos en medio
del imperio, en medio de las provincias y aún en medio del templo. Debemos
crear momentos libres de estorbos, que no nublen nuestra comprensión de la
revelación de Dios.
El desierto sería entonces, no un lugar, sino un
estado, la disposición de nuestro corazón, ausencia de ego, carencia de motivos
egoístas. En un desierto no estamos más que Dios y yo.
En el desierto nos vaciamos a nosotros mismos para
encontrar nuestra verdadera esencia o naturaleza, hijos de Dios, viviendo en la
luz.
Fue en un desierto donde Moisés se convirtió en el
libertador del Pueblo de Israel, y Jesús, después de la tentación en el desierto,
inició su ministerio de liberación de la humanidad.
Por esto, el desierto es símbolo también de sumisión,
de entrega, de búsqueda sedienta.
El mundo seguirá su marcha histórica, la gente seguirá
construyendo imperios, organizando provincias, levantando templos, pero el
creyente siempre encontrará una forma de apartarse del tumulto y de lo
cotidiano por un momento, para recibir la Palabra de Dios, el mensaje
transformador.
El desierto es el momento de silencio donde podrán
escucharse dos voces: la de Dios que viene a nosotros y la voz nuestra que
clama predicando, publicando, anunciando.
Esto nos lleva a la segunda pregunta
II.- ¿Hacia dónde conduce la preparación? Lucas 3:3,
15-18
La preparación para el Adviento conduce a un resultado:
a este resultado se le llama arrepentimiento, cambio, transformación.
La palabra que Juan recibió de Dios en el desierto lo
llevó a predicar un bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados. Para
que toda carne pueda ver la salvación de Dios.
Juan es un ejemplo de una persona que prepara el camino
para la venida del Señor; por lo tanto, se convierte en un modelo a seguir para
nosotros.
Cuando la Palabra llega a nuestro corazón, tiene que
producir resultados, como se declara en Isaías 55:10-11: “Porque como desciende
de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra
y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra y pan al que come, así
será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo
que yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié.”
Este versículo de Isaías enseña que la lluvia y la
nieve están en las alturas pero que su profundidad está en la tierra en la cual
se quedan para iniciar el proceso de crecimiento, de cambio.
La predicación de Juan nos habla de esta relación
entre el agua y los frutos, entre el bautismo y la transformación.
Esta es la forma en la que Dios nos muestra su
misericordia, la forma en la que El abre el camino para que lo recibamos.
La palabra de Dios está en las alturas y desciende a
nuestros corazones para iniciar el mismo proceso que la lluvia produce en la
tierra, pero esta vez desde adentro hacia afuera.
Una vez que la palabra descendió de las alturas al
corazón de Juan, él fue por toda la región contigua al Jordán predicando el
mensaje que había recibido.
Así, Juan empezó a abrir un nuevo cauce para un nuevo
río, el río por el que fluye el Agua Viva, las Buenas Nuevas del
arrepentimiento para salvación, para perdón de pecados.
Esta es la senda de nuestro corazón por donde el Señor
transita; el camino a Emaús donde el corazón arde cuando él camina a nuestro
lado.
Con su mensaje, Juan crea las condiciones para que ese
otro río, el del Agua Viva y el del Fuego, se encauce en la vida de las
personas.
Si el Adviento es también preparación para la
proclamación, en Lucas 3:16-17 se da el mensaje que debe ser proclamado: “Yo a
la verdad os bautizo en agua, pero viene uno más poderoso que yo, de quien no
soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo
y fuego. Su aventador está en su mano para limpiar su era. Recogerá el trigo en
su granero y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.”
Esto nos lleva a la tercera y última pregunta:
III.- ¿En qué consiste la preparación?, Lucas 3:3b-14
De acuerdo a Lucas 3:3b-14, la preparación para el
Adviento consiste de seis acciones concretas que marcarán la diferencia entre
ser trigo para el granero o paja para el fuego; entre ser alimento que sustenta
vidas que perduran, o solo paja que sustenta el fuego y se consume.
1.- Nos preparamos para el Adviento con acciones que preparan
el camino para dejar huellas profundas, Lucas 3: 4a, 7a
“Preparad el
camino del Señor… generación de víboras”.
Las serpientes se arrastran por el suelo, pero no
dejan una marca profunda en la tierra, su paso es superficial, no crean surcos.
En un camino en donde solo dejamos huellas superficiales,
esto es, un corazón en el que no se forma un surco, el agua viva no fluye.
Preparar el camino para que queden huellas profundas
es la disposición en nuestro corazón, el deseo de permitir ser transformados
aún por la sola anticipación del encuentro con el Señor.
2.- Nos preparamos para el Adviento con acciones que enderezan
las sendas para tener valor, Lucas 3:4b, 7b
Enderezad (hacia adelante) sus sendas… ¿quién os
enseñó a huir de la ira venidera?
Cuando vamos por el camino con miedo torcemos la
realidad y aún nuestros pasos mismos se tuercen.
Enderezar las sendas es desarrollar un corazón que ama
y no uno que teme. Un corazón que ama no se tuerce por el miedo pues “el perfecto
amor echa fuera el temor”. Si Dios “no nos ha dado un espíritu de cobardía” no
debemos buscarlo por miedo o esperarlo con miedo.
.- Nos preparamos para el Adviento con acciones que
rellenan los valles para que nazca el fruto, Lucas 3:4c, 8a
“Rellenad todo valle…y haced pues frutos dignos de
arrepentimiento”
Los valles deben ser rellenados para que las semillas
que sembremos no se pierdan en las hendiduras del terreno.
En un terreno con hendiduras, expuesto, no crece la
semilla, lo que logre crecer no tendrá fuerza, no se producirán frutos.
Los frutos son importantes, estos reflejan nuestro
carácter, nuestro compromiso, nuestra entrega. “Por sus frutos los conoceréis”,
decía el Señor.
4.- Nos preparamos para el Adviento con acciones que
rebajan los montes y los collados para producir humildad, Lucas 3:4d, 8b
Bajad todo monte y collado…y no comencéis a decir
dentro de vosotros mismos: “tenemos a Abraham por padre”.
Los montes y collados deben ser rebajados cuando hay cosas
que hemos levantado allí por orgullo.
Tener a Abraham por padre significaba que no
necesitaban nada más en su desarrollo espiritual porque eran descendientes de
la promesa.
El orgullo no permite la acción de Dios en nuestro
corazón. Si nos creemos tan altos como una montaña, Dios toma a las piedras del
suelo y las convierte en hijas de Abraham (merecedoras de la promesa) para
enseñarnos la importancia de la humildad.
5.- Nos preparamos para el Adviento con acciones que destuercen
los caminos torcidos para que los árboles no se tuerzan y den fruto, Lucas
3:4e, 9
Enderezad (hacia arriba) el camino torcido…porque el
hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da
buen fruto se corta y se echa al fuego”
En un camino torcido los árboles también se tuercen
hasta inclinarse al suelo. Un árbol así solo puede ser cortado y el corte es en
la raíz, porque ahí es donde está el problema de crecer torcidos: no hay raíces
fuertes, hay debilidad, complacencia, falta de esfuerzo.
Un árbol inclinado por falta de raíces fuertes no
produce buen fruto. Tal vez dé fruto, pero no es bueno. Un árbol así se corta y
se hecha al fuego.
Hay una gran diferencia entre permanecer como dice el
Salmo 1:3, como un “árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto
en su tiempo y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará”, a ser como un
árbol que alimenta el fuego, carbón que solo sirve para un momento pero que
después queda reducido a cenizas.
6.- Nos preparamos para el Adviento con acciones que
allanen las sendas para eliminar las asperezas en nosotros o en otros, Lucas
3:4f, 10-14
Allanad los caminos ásperos…la gente le preguntaba
diciendo, entonces ¿qué haremos? Respondiendo les decía…”
Las acciones descritas en los versículos 10-14
presentan un contraste entre obras ásperas que lastiman y obras llanas, lisas,
que acarician o suavizan el corazón.
Como ejemplo, se presentan 3 tipos de personas, 3
asperezas del camino y 6 rasgos del carácter para allanar la aspereza del camino:
El común de la gente, necesidades materiales, Misericordia
y Compasión, v. 11b
Publicanos, injusticia, Justicia, v. 12,13
Soldados, extorsión, calumnia, descontento, Respeto,
honestidad, contentamiento, v.14
Si las personas viven en caminos ásperos, allanemos sus
pasos
Si nuestros pensamientos son ásperos, allanemos la
forma de pensar
Si nuestras emociones son ásperas, allanemos la forma
de sentir
Si nuestras acciones son ásperas, allanemos la forma
de actuar
Conclusión
En preparación para el Adviento aprendamos a entrar en
el desierto, en la quietud en medio del tumulto.
Es allí donde la voz de Dios vendrá a nosotros y
podremos proclamar el mensaje que abrirá un nuevo surco en nuestro corazón y en
el corazón de los demás por nuestra proclamación para que fluya el Agua Viva.
Unamos a las palabras 6 acciones concretas y estaremos
listos para la recibir al Señor en su venida: Preparar, Enderezar hacia
adelante, Rellenar, Rebajar, Enderezar hacia Arriba (Destorcer) y Allanar.
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