En medio del ajetreo diario, muchas veces confundimos fuerza con control, y disciplina con autosuficiencia. Pero hay un tipo de fuerza más silenciosa, más sabia y, paradójicamente, más poderosa: la que se reconoce limitada, la que no necesita imponerse, la que se sabe sostenida por algo más grande.
Una imagen nocturna, sencilla y serena, puede revelarnos mucho: un cielo profundo, estrellas dispersas que no compiten entre sí, y una luna que no brilla por sí misma, sino que refleja una luz que no le pertenece. Esta escena nos invita a preguntarnos: ¿cuánta de nuestra fuerza depende realmente solo de nosotros?
Vivimos en una cultura que exalta la autonomía y el esfuerzo individual, pero olvidamos que incluso los árboles más fuertes no crecen solos: necesitan tierra, agua, sol… y tiempo. Así también, nuestras metas y luchas requieren disciplina, sí, pero también relaciones, apoyo, gracia y humildad.
La fuerza que no se rinde, sino que sabe esperar. La que no impone, sino que aprende a recibir. La que no actúa desde el orgullo, sino desde la conciencia de ser parte de algo mayor.
Esto nos recuerda que la energía que usamos para crear, amar y transformar no es completamente nuestra. Nos atraviesa, pero no nos pertenece. Esa conciencia nos protege de caer en la trampa del ego, de creer que el éxito depende exclusivamente de nuestra voluntad o que podemos juzgar a quienes no están a nuestro ritmo.
A veces, la vida nos frena no porque nos falte fuerza, sino porque nos sobra arrogancia. Nos muestra que no es el momento, que no estamos con las personas adecuadas o que necesitamos soltar el control para abrirnos a una ayuda más elevada.
Reflexiones para este día:
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¿Estoy usando mi fuerza para imponer, o para construir con otros?
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¿Reconozco cuándo necesito ayuda, o aún creo que puedo solo?
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¿Sé distinguir entre la disciplina que me ordena y la que me endurece?
La humildad no es debilidad. Es sabiduría. Es la comprensión de que todo lo que hacemos, incluso lo que nos parece “nuestro mérito”, está sostenido por un entramado invisible de relaciones, tiempos y bendiciones.
Así como la luna ilumina la noche sin luz propia, también nosotros podemos ser canales de fuerza y disciplina sin perder la ternura, sin creernos dioses, sin dejar de ser humanos.
Que mi fuerza sea un susurro y no un grito,
que mi disciplina sea semilla y no cadena.
Guíame, Fuente de Vida, a reconocer mis límites con gratitud,
a recibir ayuda sin orgullo,
y a caminar bajo Tu cielo sabiendo que no brillo por mí mismo,
sino por la luz que Tú me confías.
© 2025 Alexander Madrigal. Todos los derechos reservados.
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